Conocí
a Antonio Quintana en el mes de abril del año 2008, en la ermita de Pajarito,
cuando me disponía a presentar el proyecto de la Cofradía de la Vera
Cruz a un grupo de personas, amantes de Badajoz y de su
Semana Santa, para ver si era posible llevarlo a la realidad. Recuerdo que
desde que Antonio vio una imagen de la
Virgen de la
Consolación proyectada en la improvisada pantalla prendió en él
una ilusión y un cariño por ella que lo acompañaría siempre, hasta sus últimos
días, y que, como después me confesaría, aunque pensaba que el proyecto era una
locura, lo encontraba tan bello y tan ilusionante que había que apoyarlo. Y así
lo hizo, y de qué manera, hasta el final de su vida. Nunca podré agradecerle lo suficiente su
aliento, su confianza, su seguridad y su tutela en estos difíciles inicios de la Hermandad.
Alto
funcionario de la administración con merecido reconocimiento, como la medalla
al Mérito Policial, por aquel entonces Antonio era Diputado en la Asamblea de Extremadura del partido
de la oposición. Era un político honesto, comprometido, receptivo con los
problemas de los ciudadanos y muy trabajador. Así, pasaba muchas horas en su
casa elaborando interesantes propuestas para el parlamento, las cuales eran
rechazadas automáticamente por el partido mayoritario del gobierno, con el que
mantenía una exquisita relación personal, y algunos de cuyos miembros le
confesaban después en el pasillo que su proposición era muy buena y que ya la
plantearían ellos como propia pasado un tiempo para que prosperase. Junto a
esta dura tarea Antonio puso su coche, su tiempo y su dedicación durante muchos
años para llevar el proyecto de su partido a los pueblos más recónditos cuando
no había ninguna opción de victoria y, cuando éste ganó las elecciones, le
pagaron con la moneda con la que en este país se suele premiar a los mejores.
Esposo,
padre e hijo ejemplar, de profundas creencias religiosas, siempre fue un
ejemplo para los demás por su seriedad, afabilidad, educación, amor y
humanidad.
Recuerdo
las muchas, deliciosas y apacibles horas de viaje con él de copiloto a Sevilla,
para ver cómo iba la imagen del Santísimo Cristo del Amor, con el cariño y la
admiración que profesaba a nuestro imaginero Eduardo, y a la orfebrería Angulo
de Lucena, momentos en los que tanto disfrutaba viendo como los proyectos de la Cofradía se materializaban en una feliz
realidad. Me emocionaba ver aquella ilusión de niño en su cara cuando contemplaba
la talla, cuando imaginaba cómo sería nuestra primera salida en procesión o cómo
lucirían los varales en el paso de palio, aquellos para los que él fue el
primero en poner no sólo su ilusión y su apoyo, sino también su bolsillo. Reconfortaba
admirar aquel brillo cómplice en sus ojos claros cuando hablábamos de cómo
sería el cortejo en la calle. Si no podía venir, su número era el primero que
aparecía en la pantalla del móvil cuando llegábamos para preguntar qué tal iba
todo. Y esa ilusión la mantuvo viva hasta el final, pues unos días antes de su
muerte aun tenía fuerzas para vender la lotería de Navidad de la cofradía a
través de sus amigos, de seguir con el curso de Formación Cristiana para las
cofradías e, incluso, corregirme un error en el texto de nuestra Hermandad para
una publicación de Semana Santa. La última vez que pude disfrutar de su
presencia -qué pena no haberlo hecho más tardes últimamente- pues sin darnos
cuenta lo urgente desplaza siempre a lo importante, Antonio seguía
preguntándome cómo sería la Cruz de Guía de nuestra cofradía,
aceptando siempre amablemente los consejos y opiniones que le dábamos. Hoy
podemos decirte que no te preocupes, Antonio, pues esa insignia que tanto
anhelabas, sea como sea su forma o su material, siempre llevará tu nombre y tu
recuerdo pues nuestra verdadera Cruz de Guía serás siempre tú, tu ejemplo, tu dedicación,
tu lealtad, tu entusiasmo, tu amistad y tu cariño.
Antonio
siempre estaba disponible, característica principal que debe tener un buen
amigo; para consultarle, para pedirle un favor o, simplemente, para decirle:
¿estas vestido? Pues en diez minutos paso a por ti que vamos a ir a un
anticuario de Borba a comprar unos paños de altar para la cofradía, a lo que él
respondía –Te espero en la parada del autobús, donde siempre-. Y allí aparecía
él, puntualísimo, distinguido e impecable con su chaqueta y su corbata y con
una sonrisa siempre en los labios. Siempre decía lo que pensaba sin ofender a
nadie y con exquisita educación y tacto y a él se deben innumerables gestiones,
como las habidas ante el arzobispado, para la aprobación de la Cofradía.
Vera
Cruz, Amor y Consolación fueron las tres advocaciones que llevaba en su alma y
que siempre le acompañarán, pues muy bueno debe ser ese proyecto de Cofradía
que se está montando allí arriba para que en el mismo año “Joselón” y “Antonio”
hayan emprendido el mismo viaje hacia Jesús.
Cuando
un amigo de verdad, que llevó su vida, su súbita y terrible enfermedad y su
muerte con la misma elegancia y naturalidad con la que vestía y trataba a los
demás, se va de entre nosotros, el tiempo no hace sino agrandar su pérdida y
aumentar su recuerdo. Por ello siempre vivirá entre nosotros, no sólo en la
memoria, sino en nuestro corazón, pues sé que todo lo que hagamos en la Vera
Cruz le seguirá llegando a él al alma y dibujará una nueva alegría
cómplice en su rostro. Queremos que sepas que en aquella triste tarde de
miércoles, mientras te despedías de tu querida Virgen de la Consolación, en la iglesia de la Concepción nos quedábamos los
hermanos hasta bien entrada la noche trabajando, con profunda tristeza pero con
más aliento aun, colocando los enseres, ordenando y recogiendo ropa para los
más necesitados en el último día de la Campaña. Sabemos que te alegrará saber
que ésta ha superado todas las expectativas y que hemos podido llevar al
comedor de Martín Cansado mil quinientos kilos de ropa. Ese es nuestro mejor
regalo para ti.
Hasta
siempre:
Antonio
Manzano Marchirant
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